Zonas Transparentes, Emotional Lords, caballos
paralizados por su conocimiento de la eternidad, historias de amor, viajes y paradojas temporales, verdades
que se ven a través de tubos de papel higiénico y gnomos que se convierten en
atmósfera. Entre el delirio y la épica transcurren los cortísimos episodios de
Bravest Warriors, mi última fascinación creada por Pendleton Ward. Una saga compleja en la que todo es
posible y por ende todo es inesperado, pero todo tiene un sentido. La emoción de ver crecer a nuestros
héroes (¿o serán villanos algún día? no se puede saber) y de ver cómo los detalles más aleatorios terminan siendo claves sobre los misterios del universo. Algo así como las
verdades absurdas y grandilocuentes que se revelan en los sueños. Y en el medio:
caballeros que comen galletitas mientras se les asignan sus misiones, guerreras
que se lavan los dientes a la mañana, un gato-vaquita de san antonio que tiene
la mejor personalidad del mundo, personajes dislocados que aparecen en un
capítulo y se quedan para siempre, chistes bobos adolescentes y finales
abruptos. Por eso y por mucho más es que amo Bravest Warriors, aunque la
tercera temporada esté sin subtitular y sepa que nunca, nunca, voy a tener suficiente.